16.8.07

20's

A todos los presentes no les cupo la menor duda. Josefino no era poeta. Era otro cuico más con suficiente dinero para pagar la hora en el auditorio más caro de Santiago. Para los Riera ese fue su intento final con Josefino. No intentarían que fuera un hombre de bien nunca más. Lo dejarían a su suerte y, si la fortuna les sonreía, lo atropellaría un tranvía por recorrer ebrio la Alameda. No lo odiaban, sino todo lo contrario. Era el hijo predilecto de su médico padre y su largamente apedillada madre. Lo adoraban, pero no había talento alguno en él y todos los Riera, a excepción del propio Josefino, lo sabían.

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