30.7.07

20's


Sin duda alguna, su poesía residía en los gestos cotidianos. Esther detenía todo lo que estuviese haciendo para verlo intentar arreglar un reloj o lavar un repollo. Le encantaba la torpeza del hombre, la que al ojo dispuesto a ver resultaba hermosa. Esther siempre estuvo dispuesta a mirar a su poeta, buscando esos toques de belleza pura que Josefino arrojaba al sacudirse la cabeza para botar de su oreja el agua de la ducha. Mientras rompía los huevos del desayuno o bañaba a su maltrecho gato, la rucia solía sonreir, pensando en la próxima brillante estrategia que Josefino usaría para lavar relojes o arreglar repollos.

29.7.07

20's


Con zapatos barrosos y metido en miedos reales con algo de cirrosis y un largo expediente de deudas. Había sido el primogénito de una familia opulenta, hasta que el cigarro lo fumó y el alcohol lo bebió. Había sido orgulloso y orgullo de otros. Hoy era el antiejemplo de su clase, transformándose en icono de los bares de los 20's santiaguinos. Era poeta en un época donde no tenía gracia serlo, porque todos a su manera hacían poesía en un país irreal, ese que las generaciones posteriores añoramos y tratamos de vivir en picadas de malas muerte con viejos escabechados en pipeño, creyendo que estamos a tono con el lugar llevando Nikes rotas.
No, no entendemos el Santiago de Josefino Riera, aquel poeta flaco, medio muerto de hambre y medio millonario por una herencia que jamás le dijeron que tenía, porque temían que se la gastara en parrandas con amigos que no eran amigos, pero servían para festejar. El hombre no se preocuparía de nada serio ni nadie se lo exigiria, porque era su naturaleza ser idiota o genio, según la marea fuera alta o baja. La rubia Esther no tuvo el tiempo suficiente a su lado para domesticarlo y hacerlo uno más en un mundo que se llenaba a goterones constantes de muchos "uno más". Jamás despertó a su lado luego de una noche de sexo magnificente y no porque no lo quisiese, sino porque no correspondía. Era impensable despertar con Josefino y confundirlo con un gesto así, ya que, aunque el no lo aceptara, no era para tener una familia o un trabajo. Había nacido con el don de la poesía y no escribió en su vida un solo verso que valiera la pena recordar...

22.7.07

Marambia (continuación)


…Trenecitos…regresiones…tiempo seguro…infancia…

El pasajero de enfrente, un hombre de mediana edad y obviamente más curioso, llamó al encargado para preguntarle que ocurría.

-Es el espectáculo nocturno.- dijo el empleado.

…El hombre miró con extrañeza al encargado, pero intuyó que no le entregaría más información…la lógica y la formalidad se encontraban demás…Los rieles se armaban frente a los trenes con un ritmo perfecto y eso bastaba…El espectáculo brindado por esos trenes era algo que pocos veríamos, posiblemente reservado para una minoría selecta, de la cual no creía merecer ser parte…Pero allí estaba y eso significaba que era distinto al resto, vería más que otros y disfrutaría de espectáculos como éste, los cuales probablemente me costarían la razón…El precio no sólo era justo, sino que necesario…Ningún cuerdo podría disfrutar de funciones como esta y las que, con acierto, supuse que vendrían…Más adelante y dependiendo del humor del dramaturgo, vería mis miedos con tal intensidad que debería huir de la sala asqueado, mutilado y sangrante, para entrar a otras donde repondría lo perdido, volvería al pasado y viviría mi existencia tal como escrito la viviera…

Del embobamiento pasé al recuerdo y de él a los primeros toques del olvido. No pude retener los detalles por mucho y me desconcentré en otros asuntos. Reaparecieron las preocupaciones cotidianas y entre ellos la desaparecida Marambia. Habían pasado tres horas y ya era tiempo de que regresaran. Los traería de vuelta con toda la amabilidad posible, aunque si pasaba por vulgar o mal jugador me importaba poco. Me dirigí al bar, pero no estaban allí. Supuse que se encontrarían en los vagones de carga, aprovechando la oscuridad del lugar. Soborné al encargado y me pasee un rato entre maletas y artículos raros. Vi mi maleta, dos lanzas antiguas, jarrones medievales, un arpa tallada con la imagen de una mujer torturada y un felino amarillento, cuya raza no pude identificar. Ya me iba cuando apunte con mi linterna debajo de un piano cubierto por largas sábanas blancas. Me di la vuelta y salí del vagón. No cabía duda de que ahí se encontraban, pero no quería dar un espectáculo frente al sobrecargo. Marambia y Enrique ahora sabían que los buscaba y volverían pronto a los asientos. En cuanto lo hicieran me correspondía actuar. Debía inventar algo aún más osado para vencer al famoso Enrique y tomar su lugar de privilegio en el submundo mohoso y putrefacto que sostiene el esplendor de los artistas.

Veinte minutos después, ambos entraron al vagón. La camisa de Enrique estaba arrugada y el nudo de la corbata mal hecho. En cambio, Marambia venía tan ordenada y limpia como se había ido. No podía dudar de su experticia en la materia del engaño después de tanto tiempo juntos. Me sentí decepcionado de Enrique por su poca finura y me pregunté si merecía la inmensa fama de gran amante que gozaba. Ambos se sentaron sin mirarme y con actitud indiferente. De inmediato me levanté, tomé el pálido brazo de Marambia y la llevé hacia la puerta del vagón. Era mi turno de jugar y demostrar que podía más que el viejo. En los breves pasos hacia la salida pensé en formas amatorias que ella no conociera, pero no encontré. La historia entre ambos era demasiado larga para novedades. Atravesé primero el portal, pensando que mi amante me seguiría, pero no lo hizo. Se soltó e intentó cerrar la puerta lentamente, como dándome tiempo para que la detuviera. Así lo interpreté y puse mi pie para evitar que cerrara por completo. No era mi intención detenerla o rogarle. Las reglas se respetarían, tanto al seguir juntos como al separarnos. Sólo necesitaba saber algo y podría irme.

Finalmente, formulé la pregunta:

-¿Estás segura?-

Bajó la cabeza unos momentos, aunque supongo que se dedicó a recordar más que a pensar. La decisión había sido tomada hace mucho, pero no ejecutada de inmediato. Probablemente, Marambia también buscó alguna forma para realizar el final dialéctico.

…y tampoco la encontró…Asintió con la cabeza y la odié, algo que no esperaba… Aún así saqué mi pie de la puerta. Ella cerró de inmediato… Me alejé del tren y caminé por el largo patio rojo…Un niño…No entendí porqué aún en mis sueños Marambia decidía alejarse…un niño asustado…y entonces pase de odiarla a odiarme…porque me era imposible retenerla aún en el lugar más oculto… una trampa para niños…Era mi deseo y no podía hacerlo patente… un niño asustado en una trampa…porque la contradicción me había comido…El niño no ve solución…el final feliz estaba vedado por donde se mirase…corre la sangre del niño…y en ninguno de mis planos podía mentir como deseaba hacerlo…el niño se entrega a la trampa…

…Esperaba que fuera distinto…esperaba que no fuera…porque era mi sueño y no el de ella…la mentira que permite respirar…recorriendo el vagón maldito, tomando cócteles con Enrique e invocando a los muertos…riendo junto a él…de mi ignorancia, de mi vida a medias…“Te falta experiencia, pendejo” me dijo…y no pude parar de reír, porque el insulto anunciaba alegrías venideras y me pedía un poco más de aguante…era una promesa…que me alejaba de la navaja y el corte en el cuello…una puerta más en el teatro…con mi nombre y el espectáculo que daba por título…sin gracia, final o moraleja…sin Enrique ni Marambia…sólo yo y lo que deja entrever mi sueño…

Marambia

…Rubia de ojos azules…como le gustaban a Hitchcock…en lo personal las prefiero morenas…ella era violinista, pianista y buena amante…Se encontraba confusa y por eso seguíamos juntos…encontramos una disfuncional forma de funcionar…nada menos sano que nosotros…nadie más perdido…Enrique era un escultor retirado cotizado en todo el mundo, uno de los pocos baluartes de un país de mierda…donde los trineos se deslizaban por la caca y los niños jugaban con ella…ni hablar de lo que comían…jajajaja…Yo era un escritorcillo más que se comportaba, olía y vestía como el resto de los de su clase…la insana tendencia a vestir de negro y complicarse la vida porque sí…un tanto inocente y un tanto perverso, al igual que Marambia y a diferencia de Enrique, quien simplemente reía…

Una vez abordado el tren noté las intenciones del famoso Enrique con mi amante. Mientras Marambia conversaba con él, la di vuelta hacia mí y la besé. Arranqué unas gotas de sangre de sus labios y las sorbí, mientras nuestro compañero de viaje observaba toda la escena. Quería recordar a mi competidor la fuerza que sólo teníamos los de veinte y él había perdido hace rato (¡Qué pobre iluso era!). Marambia, un tanto confundida al principio, se complacía de dar aquel espectáculo. Gustaba de Enrique y sabía que éste disfrutaba el show, no porque fuera singularmente pervertido, sino porque en realidad vernos era algo digno de contemplación. Besos, caricias y gestos eran parte de una coreografía inventada sobre la marcha. Precisos como orfebres y espontáneos como novatos. Éramos artistas de un arte inexistente rememorando a amantes de otros tiempos, mucho antes que naciéramos. La técnica era simple: acorralar el pensamiento y disfrutar de la irracionalidad del instinto. Pero siempre por escasos momentos, pues la muerte de alguno terminaría el ciclo. Esta vez murió ella. La sola esperanza fue capaz de matarla, revolcándose entre un temblor sorpresivo y un gemido ahogado cuyo tono conocía.

Tras su muerte me dediqué a observar el paisaje. Pronto me embobé con él y dediqué unas horas a contemplarlo. Pensé en los pintores paisajistas y reflexioné acerca de lo mucho que me agradaría poder retratar esa visión, pero de una manera que no puede lograr la pintura. Mi intención era incluir en el cuadro el movimiento y olor del tren, el sabor de Marambia y la satisfacción que sentía. Me volví hacia mi amante para comentarle lo que quería, pues probablemente tendría alguna idea para lograr ese cuadro y si no, en compensación, su imagen incluiría otro trazo para completar la tela que esbozaba. No estaba en su asiento y tampoco Enrique. Obviamente estaban juntos en otro vagón, posiblemente bebiendo algo en el bar o ya habrían llegado al baño…Pensé en ir en su búsqueda, pero lo descarté de inmediato. La actitud de marido celoso se encontraba fuera de lugar en una relación como la que mantenía con Marambia. Además los tres nos encontrábamos en un juego, donde una acción como esa sería mal vista por los otros participantes. No era la primera vez que jugábamos con un desconocido (o desconocida) y posiblemente tampoco lo era para Enrique, por lo cual, las reglas eran claras y acatadas por todos, o al menos, por aquellos como nosotros.

…Sí…algo de celos sentía…pero los atribuyo al tiempo y no a algún sentimiento por Marambia…la comencé a apreciar porque con el tiempo era la única que se había quedado…si me quería o no era algo anexo…si me lo preguntaba le diría que se fuera…quizás no entendió que le rogaba todo lo contrario y lo tomó literalmente…yo también deseaba escapar…porque sentía miedo…de que se quedara y que se fuera…carecía de lógica, pero así era…si se quedaba tendría que amarla y no estaba dispuesto, conocía demasiado bien sus pecados…si se iba la extrañaría y tampoco lo deseaba…quería un final dialéctico, donde ambas posturas se conciliaran, pero sólo existía en mi imaginación…en realidad, ni siquiera ahí…era una mentira tan descarada que incluso allí me daba vergüenza concebirla…

Intenté retomar mis pensamientos acerca de la pintura, pero no pude. Faltaba la intervención de Marambia para llegar a lo medular del asunto y desarrollar la idea. En ese momento me asustó lo mucho que me había acostumbrado a ella. Aquella no era la primera vez que necesitaba de su presencia para finalizar alguno de mis pensamientos, fenómeno que también vivía ella. Para bien o mal nos habíamos sincronizado y muchas veces actuábamos como un solo ente. Culpé de la situación al tiempo, pues llevábamos juntos más de lo que alguno de los dos imaginó y, probablemente, de lo que debíamos.

…los campos y Marambia en construcción…yo en construcción y Enrique se demuele…las vacas lechosas y Marambia…trocitos de pensamiento inconexos…se busca traductor o un cerebro que pueda funcionar por sí solo…sin ella y la horrible dependencia…el paisajista se pierde esta visión… ¿Quién será el idiota que no podrá entrar al baño por culpa de los amantes?…Nada más narcisista que hacer el amor frente a un espejo…demasiado tiempo conociéndola…demasiado…poco…nada…pinta los trigales con cuidado, usa el amarillo más oscuro…conserva el sabor a Marambia…siento celos…¿podrías retratar esos también?...

Atardeció y oscureció profundamente. Mis compañeros de asiento aún no regresaban y mis pensamientos seguían inconclusos. Un pequeño silbido me desvió de ellos. Era un tren de juguete que se encontraba bajo mi asiento y se dirigía hacia el pasillo. Aparecieron varios más, desde distintos lugares del vagón. Había de distintos tipos, diseños y colores. Estaban los clásicos, como salidos de películas de vaqueros, modernos, ultramodernos en monorriel y también estaban los que aún no se han creado. Todos poseían una particularidad hipnotizante: los rieles se armaban ante la venida del tren, desarmándose cuando pasaba y reconstruyéndose para continuar la vía. Eran pequeños trozos de durmientes que se repetían, permitiendo que los trenes se movieran de manera más libremente que los reales. Las diminutas máquinas estaban hechas con maestría. Los detalles se encontraban completamente logrados, de tal manera que los trenes a vapor dejaban una estela de humo tras de sí y se movían proporcionalmente más lentos que los eléctricos, dando la impresión de ser trenes pequeños, en vez de meras réplicas a escala.

15.7.07

No tengo ganas de hablar-t


Con la atropellante necesidad de escribir, de creerme Cortázar y describir mis paseos con la Maga, de ver puentes franceses, crear palabras y creer en el guión por escribirse, determinante de todos y que me asegura la inexistencia de la casualidad. Con juegos constantes y avances retrocedidos. Ires y venires de Maga en los labios, expresada en palabras sin sentido completo, que lo adquieren sólo al final de la tarde, cuando te paras del rincón del vagón y miras hacia atrás la partida del tren está por partir y yo invento cuentos de una línea con cariños que siempre acaban mal, porque no sé contar historias que terminen bien. Me descolocan sus finales, me parecen cuentos abiertos que puede llegar cualquiera a reescribirlos. Son puentes hechos de palabras y cuerpos girando con mentes a ratos pérdidas, buscando un norte o una brújula menos imperfecta que el simple sentido común. Aquí me encuentro contando una historia que no lo es, jugando con la oposición con la fuerza de los tirones de pelos y ojos hechos de deseos latentes, visibles en cada pestañear. En ellos veo una risa juguetona y me detengo a esperar. Esperar que creas en el silencio y que estaré ahí en el momento exacto de la muerte transitoria, devolviendo el tiempo hasta la estación de metro donde te encontré unas horas atrás, en un andén atestado de polillas comedoras de trenes y poemas de bolsillo.