30.7.07

20's


Sin duda alguna, su poesía residía en los gestos cotidianos. Esther detenía todo lo que estuviese haciendo para verlo intentar arreglar un reloj o lavar un repollo. Le encantaba la torpeza del hombre, la que al ojo dispuesto a ver resultaba hermosa. Esther siempre estuvo dispuesta a mirar a su poeta, buscando esos toques de belleza pura que Josefino arrojaba al sacudirse la cabeza para botar de su oreja el agua de la ducha. Mientras rompía los huevos del desayuno o bañaba a su maltrecho gato, la rucia solía sonreir, pensando en la próxima brillante estrategia que Josefino usaría para lavar relojes o arreglar repollos.

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