22.7.07

Marambia

…Rubia de ojos azules…como le gustaban a Hitchcock…en lo personal las prefiero morenas…ella era violinista, pianista y buena amante…Se encontraba confusa y por eso seguíamos juntos…encontramos una disfuncional forma de funcionar…nada menos sano que nosotros…nadie más perdido…Enrique era un escultor retirado cotizado en todo el mundo, uno de los pocos baluartes de un país de mierda…donde los trineos se deslizaban por la caca y los niños jugaban con ella…ni hablar de lo que comían…jajajaja…Yo era un escritorcillo más que se comportaba, olía y vestía como el resto de los de su clase…la insana tendencia a vestir de negro y complicarse la vida porque sí…un tanto inocente y un tanto perverso, al igual que Marambia y a diferencia de Enrique, quien simplemente reía…

Una vez abordado el tren noté las intenciones del famoso Enrique con mi amante. Mientras Marambia conversaba con él, la di vuelta hacia mí y la besé. Arranqué unas gotas de sangre de sus labios y las sorbí, mientras nuestro compañero de viaje observaba toda la escena. Quería recordar a mi competidor la fuerza que sólo teníamos los de veinte y él había perdido hace rato (¡Qué pobre iluso era!). Marambia, un tanto confundida al principio, se complacía de dar aquel espectáculo. Gustaba de Enrique y sabía que éste disfrutaba el show, no porque fuera singularmente pervertido, sino porque en realidad vernos era algo digno de contemplación. Besos, caricias y gestos eran parte de una coreografía inventada sobre la marcha. Precisos como orfebres y espontáneos como novatos. Éramos artistas de un arte inexistente rememorando a amantes de otros tiempos, mucho antes que naciéramos. La técnica era simple: acorralar el pensamiento y disfrutar de la irracionalidad del instinto. Pero siempre por escasos momentos, pues la muerte de alguno terminaría el ciclo. Esta vez murió ella. La sola esperanza fue capaz de matarla, revolcándose entre un temblor sorpresivo y un gemido ahogado cuyo tono conocía.

Tras su muerte me dediqué a observar el paisaje. Pronto me embobé con él y dediqué unas horas a contemplarlo. Pensé en los pintores paisajistas y reflexioné acerca de lo mucho que me agradaría poder retratar esa visión, pero de una manera que no puede lograr la pintura. Mi intención era incluir en el cuadro el movimiento y olor del tren, el sabor de Marambia y la satisfacción que sentía. Me volví hacia mi amante para comentarle lo que quería, pues probablemente tendría alguna idea para lograr ese cuadro y si no, en compensación, su imagen incluiría otro trazo para completar la tela que esbozaba. No estaba en su asiento y tampoco Enrique. Obviamente estaban juntos en otro vagón, posiblemente bebiendo algo en el bar o ya habrían llegado al baño…Pensé en ir en su búsqueda, pero lo descarté de inmediato. La actitud de marido celoso se encontraba fuera de lugar en una relación como la que mantenía con Marambia. Además los tres nos encontrábamos en un juego, donde una acción como esa sería mal vista por los otros participantes. No era la primera vez que jugábamos con un desconocido (o desconocida) y posiblemente tampoco lo era para Enrique, por lo cual, las reglas eran claras y acatadas por todos, o al menos, por aquellos como nosotros.

…Sí…algo de celos sentía…pero los atribuyo al tiempo y no a algún sentimiento por Marambia…la comencé a apreciar porque con el tiempo era la única que se había quedado…si me quería o no era algo anexo…si me lo preguntaba le diría que se fuera…quizás no entendió que le rogaba todo lo contrario y lo tomó literalmente…yo también deseaba escapar…porque sentía miedo…de que se quedara y que se fuera…carecía de lógica, pero así era…si se quedaba tendría que amarla y no estaba dispuesto, conocía demasiado bien sus pecados…si se iba la extrañaría y tampoco lo deseaba…quería un final dialéctico, donde ambas posturas se conciliaran, pero sólo existía en mi imaginación…en realidad, ni siquiera ahí…era una mentira tan descarada que incluso allí me daba vergüenza concebirla…

Intenté retomar mis pensamientos acerca de la pintura, pero no pude. Faltaba la intervención de Marambia para llegar a lo medular del asunto y desarrollar la idea. En ese momento me asustó lo mucho que me había acostumbrado a ella. Aquella no era la primera vez que necesitaba de su presencia para finalizar alguno de mis pensamientos, fenómeno que también vivía ella. Para bien o mal nos habíamos sincronizado y muchas veces actuábamos como un solo ente. Culpé de la situación al tiempo, pues llevábamos juntos más de lo que alguno de los dos imaginó y, probablemente, de lo que debíamos.

…los campos y Marambia en construcción…yo en construcción y Enrique se demuele…las vacas lechosas y Marambia…trocitos de pensamiento inconexos…se busca traductor o un cerebro que pueda funcionar por sí solo…sin ella y la horrible dependencia…el paisajista se pierde esta visión… ¿Quién será el idiota que no podrá entrar al baño por culpa de los amantes?…Nada más narcisista que hacer el amor frente a un espejo…demasiado tiempo conociéndola…demasiado…poco…nada…pinta los trigales con cuidado, usa el amarillo más oscuro…conserva el sabor a Marambia…siento celos…¿podrías retratar esos también?...

Atardeció y oscureció profundamente. Mis compañeros de asiento aún no regresaban y mis pensamientos seguían inconclusos. Un pequeño silbido me desvió de ellos. Era un tren de juguete que se encontraba bajo mi asiento y se dirigía hacia el pasillo. Aparecieron varios más, desde distintos lugares del vagón. Había de distintos tipos, diseños y colores. Estaban los clásicos, como salidos de películas de vaqueros, modernos, ultramodernos en monorriel y también estaban los que aún no se han creado. Todos poseían una particularidad hipnotizante: los rieles se armaban ante la venida del tren, desarmándose cuando pasaba y reconstruyéndose para continuar la vía. Eran pequeños trozos de durmientes que se repetían, permitiendo que los trenes se movieran de manera más libremente que los reales. Las diminutas máquinas estaban hechas con maestría. Los detalles se encontraban completamente logrados, de tal manera que los trenes a vapor dejaban una estela de humo tras de sí y se movían proporcionalmente más lentos que los eléctricos, dando la impresión de ser trenes pequeños, en vez de meras réplicas a escala.

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